Sunday, August 21, 2011

Palomita Blanca: la vía chilena al hippismo de Raúl Ruiz

La película más famosa del fallecido director fue rodada en 1973, pero sólo se exhibió en 1993.
por Roberto Careaga C.
  • Compartir26
 
 
Iba a ser una súper producción y había que trabajar a la altura. Estaban los mejores técnicos, Los Jaivas en la música, Raúl Ruiz en la dirección y la novela de moda de Enrique Lafourcade inspiraba el guión. Faltaba la protagonista de Palomita blanca. Con apoyo de La Tercera, a inicios de 1973 se llamó a un cásting que desbordó las expectativas.
Más de mil jóvenes de todo el país hacían fila en las oficinas de Chilefilms para optar al rol de María. Las postulantes, según la revista Onda, eran más o menos así: "Lolas despeinadas, coléricas, con tenidas 'in', bluyines raspados con lija, o algunas con tremendos zuecos, figuras colgando, aros, brazaletes... y hablando muy choro".
Nada de eso, sin embargo, impresionaba al director de El tiempo recobrado, que les pedía presentarse con un breve resumen de la novela de Lafourcade. No fue necesario preguntarle nada a Beatriz Lapido, una chica de 17 años de La Cisterna que apareció a última hora: "Alguien la vio llegar de lejos y dijo: 'Esa es la palomita blanca'", recordaría Ruiz muchos años después, cuando la película ya se había convertido en una leyenda.
Famosa desde el primer día de rodaje, la película Palomita blanca fue filmada entre marzo y julio de 1973 y estaba prácticamente lista para ser estrenada cuando el Golpe de Estado del 11 de septiembre lo impidió. Ruiz salió al exilio y los rollos del filme, perfectamente montado por el propio director, quedaron en un rincón de las bodegas de Chilefilms.
Sólo 20 años después, cuando ya la música de Los Jaivas era un clásico, la película se exhibió por primera vez en el Festival de Viña del Mar de 1993. Estaba intacto el ánimo indagatorio que movía a Ruiz en esos agitadísimos días. Palomita blanca, tal como había sido concebida por el director, era una cinta sobre el "arribismo", que muestra a ricos y pobres, a la izquierda y a la derecha, en un Chile que estaba a punto de quebrarse.
Pobres y ricos
"No es una simple historia de amor. No me interesaría", le decía Ruiz a la revista Onda durante el rodaje. Los productores no pensaban lo mismo. Se trataba de un grupo de privados ilusionados con reproducir el éxito de la película Love story (estrenada en Chile en 1970) y el best seller de Lafourcade venía como anillo al dedo. Ruiz hizo otra cosa. Con la venia del escritor -al que le había gustado Tres tristes tigres-, Ruiz utilizó la novela como punto de partida. Jamás de llegada.
La fallida historia de amor entre María, una escolar humilde, y Juan Carlos, un joven de clase alta, sirve a Ruiz para hacer una panorámica de los días previos a la llegada de Salvador Allende a La Moneda: los asomos del hippismo chileno en el festival de Piedra Roja, el modo de hablar de los chilenos, las peleas callejeras entre grupos de izquierda y derecha y las abismales diferencias sociales en Santiago. Algo de eso estaba detrás de cámara.
Tal como en la ficción, Beatriz Lapido era una joven de familia proletaria, mientras que Rodrigo Ureta (el intérprete de Juan Carlos) era de Providencia, pretendía estudiar Ciencias Políticas y según Onda, hablaba a lo "pepe pato". Más aún, tuvo poca conexión con el equipo: "En la filmación, al único que (Beatriz) no le ha dado pelota es a él", diría el director a Quinta Rueda.
Con afán casi documental, Ruiz prácticamente no intervino las locaciones del mundo de María. El liceo y su casa en el cité están ubicadas en la calle Chiloé, a pocas cuadras de Avenida Matta. La casa fue un hallazgo ruiziano: "La casa estaba sola, es de un señor que es camionero y andaba por el sur. La vecina tenía la llave y la prestó. Llegó una noche con unos amigos del sur. Quedó mudo, pero el cine lo puede todo, así que se le dio plata y se fue a dormir a un hotel", contó Ruiz.
Pasaron más cosas. Se robaron los micrófonos para el rodaje, desaparecieron por varias semanas las cintas con la música de Los Jaivas y a Sergio Trabucco, productor de la película, le robaron un maletín con el dinero con el sueldo del mes del equipo. "Por esas casualidades del destino, me acababa de ganar la Lotería y tuve que pagar el dinero con mi propio premio", contó Trabucco.
Mientras Ruiz rodaba, Los Jaivas trabajaban en Chilefilms. El director aparecía cada mañana y les pedía una melodía específica. "Nos orientaba como un director de orquesta, era muy meticuloso", cuenta Mario Mutis. Sólo una vez se vieron en el set. O eso intentaron. La banda fue citada en el cité de Chiloé, pero Ruiz llegó ocho horas tarde. Hizo gala de su fama de mentiroso: dijo que habían metido preso a todos los pasajeros de la micro en que venía, por sospechosos de un asalto.
Estreno fallido
El 25 de julio de 1973, cuando cumplía 32 años, Ruiz terminó de rodar Palomita blanca. Antes del golpe de Estado, ya la había montado y la película estaba lista. En octubre, Ruiz salía al exilio junto a su esposa, Valeria Sarmiento. En Santiago a uno de los productores se le ocurrió que Palomita blanca aún tenía una chance de llegar al cine y ser un éxito.
En noviembre de 1973, Trabucco mostró la película a un grupo de críticos (Yolanda Montecinos, Hans Ehrmann, Mariano Silva, entre otros) y de militares. Iba a escuchar sugerencias para posibles modificaciones. Montecinos le prometió que la película se estrenaría. A los pocos meses, Trabucco fue detenido.
Hubo otra oportunidad para Palomita blanca: según el sonidista José de la Vega, el montajista de Chilefilms Francisco González recibió instrucciones militares para sacar las escenas más políticas de la película. González se negó. Los rollos no fueron tocados: por 20 años estuvieron enpolvándose en las bodegas del estudio. Ni Beatriz Lapido ni Rodrigo Ureta fueron famosos. Chile pasó a ser otro país.
A fines de los 80, la cinta fue rescatada. El director evaluó ajustar su montaje, pero desistió. Ahí estaba el germen del Ruiz oblicuo y no siempre comprensible que estallaría en Francia. Algo más: Palomita blanca era un documento del Chile contradictorio, enfiestado y violento de la UP. Cuando llegó a las salas comerciales ya era un éxito y un clásico.

Raúl Ruiz, 113 películas y una sola muerte

El autor de Palomita blanca y El tiempo recobrado falleció ayer a los 70 años, en París, tras complicaciones de un cáncer.
por Rodrigo González M.
  • Compartir48
 
Raúl Ruiz hizo 113 películas en 48 años. De éstas, 111 las rodó en perfectas condiciones; la penúltima, gravemente enfermo, y la última, aprovechando una mejoría leve antes de empeorar fatalmente. Era un adicto al trabajo, que se inspiraba cada día y que no descansaba entre rodaje y rodaje. Cineasta de gustos omnívoros, Raúl Ruiz consumía todo tipo de libros, desde la psicología hasta las matemáticas. Justamente, su último filme fue La noche de enfrente, un trabajo que lo devolvió a Chile, cerrando con geométrica claridad su carrera, como un círculo perfecto. La cinta está aún por estrenarse, y poco antes de internarse en un centro hospitalario parisino, Raúl Ruiz le dio la puntada final en la sala de montaje. Una semana y media después, murió en el Hospital Saint Antoine de París.
Su deceso se produjo ayer, a las 10.28 de la mañana. El autor de Palomita blanca (1973) había cumplido 70 años recién el 25 de julio, y según anunció su productor francés François Margolin, sufrió una infección pulmonar de última hora, que derivó en su muerte. Su ingreso al recinto se debió, sin embargo, a la ramificación en el esófago de un cáncer hepático, que en marzo del 2010 le significó un trasplante de hígado. Según su productor chileno Christian Aspée, quien lo acompañó hasta el final y trabajó con él en la edición de La noche de enfrente, Ruiz se encontraba debilitado también por los medicamentos que debía tomar tras el trasplante.
"Antes de irse al hospital quiso dejar todo listo. Sólo quedan cosas menores que retocar en la película. Sé que él se mantuvo consciente hasta el final en el hospital", explica Aspée. Este domingo 21 se hará un responso en la iglesia de Saint Paul de París, sus restos llegarán a Chile este martes 23 y el miércoles 24 se realizarían sus funerales en el cementerio Parque del Recuerdo, donde está sepultada su madre. Para el día martes está programado un duelo oficial.
"Raúl Ruiz estaba muy contento con La noche de enfrente, porque en general sentía que sus últimos trabajos en Chile fueron los que le dieron la mayor libertad", dice Aspée. La película se basa en relatos del escritor chileno Hernán del Solar y fue protagonizada por Sergio Hernández, Christian Vadim y Valentina Rodríguez. Volver a dirigir a Hernández, que estuvo en filmes tan emblemáticos como Diálogos de exiliados (1974), también fue para Ruiz un singular retorno a una vieja época de su carrera. La cinta sigue la historia de un oficinista jubilado que vive en una pensión en los años 50. Al mismo tiempo y en un giro claramente "ruiziano", se introduce la figura del escritor Jean Giono.
Entrevistado hace tres semanas con motivo de su cumpleaños, Ruiz ya consideraba que la posibilidad de realizar su siguiente proyecto, As linhas de Torres, era bastante improbable, aunque abrigaba cierta esperanza de que La noche de enfrente y la anterior Misterios de Lisboa se estrenaran en el país antes de fin de año.
"Pero es difícil. ¿Qué sala va a estar dispuesta en Chile a exhibir una película de cuatro horas y media como Misterios de Lisboa? También me interesaría que se diera allá la serie que hice sobre el mismo material, pero con la competencia que hay de los programas estadounidenses en la TV es poco probable", sostenía Ruiz en aquella oportunidad.
Hasta ahora, el plan es exhibir La noche de enfrente antes de fin de año en Chile. Acerca de As linhas de Torres, un proyecto que iba a contar la historia de la derrota de las tropas napoleónicas en Portugal, su productor, Paulo Branco, afirmó ayer que se va a encargar de que vea la luz de cualquier forma. El portugués Branco, que produjo la muy elogiada Misterios de Lisboa, recordó que el director chileno dejó "todas las indicaciones" para llevarla hasta el fin. "El se sentía portugués de alma", dijo Branco, que ahora deberá buscar otro director para el proyecto.
Duante toda su vida, Raúl Ruiz se enfrentó contra el relato clásico del cine estadounidense, buscando desarmar la prosa tradicional de éste con su estilo metafórico. "Hizo un aporte fundamental al cine al establecer una escritura barroca y laberíntica, inspirada en el Siglo de Oro español, pero también cercana a Borges. Y esas inquietudes ya estaban en su primera película: Tres tristes tigres. Aquella mirada oblicua sobre la realidad está ahí", reflexiona René Naranjo, crítico muy cercano a Ruiz y quien prepara un volumen sobre él.
El libro más conocido del realizador tiene sintomáticamente el título de Poética del cine y en él desenfunda sus armas contra la llamada teoría del conflicto central del cine norteamericano: comienzo, desarrollo y desenlace. De cierta forma, se puede decir que sus películas nunca terminan y que forman una sola gran cinta. "Pensaba que sus películas escondían un secreto para la próxima que venía, las veía como una sola pieza", dice el crítico y periodista Ascanio Cavallo, quien supervisó la edición del libro El cine de Raúl Ruiz en el sello Uqbar. "Para mí es, junto a Pablo Neruda y Roberto Matta, una de las tres figuras más influyentes de la cultura chilena. Un tipo que, como Orson Welles, nunca supo estar sin hacer una película. Claro que a diferencia de Welles, sí sabía terminarlas", agrega Cavallo.
Presente en 16 versiones del Festival de Cannes y miembro del jurado de este encuentro en el año 2002, Ruiz ya despertó el interés de los intelectuales franceses a fines de los 60, cuando ganó el Festival de Locarno 1969 con Tres tristes tigres. Por esos años, la revista Positif le dedicó grandes reseñas y entrevistas, y en 1983 la prestigiosa Cahiers du Cinéma desplegó un número especial para él. "Estuve con él en esa época y decía, con sorna, que ahora sí que había llegado al 'tout Paris', a la 'creme de la creme'. Y agregaba que ese mundo influyente y privilegiado eran apenas 200 personas. Nunca se compró el cuento del éxito y los laureles", añade Cavallo.
Ruiz, que creció viendo cine norteamericano B en Puerto Montt y luego siguió con el cine experimental francés en los 60, jamás dejó de estar con un pie en Chile. Sus antepasados chilotes le penaban, y cuando pudo hacer televisión acá, retornó con series que bebían de la leyenda y los relatos tradicionales, como La recta provincia o Litoral.
Su pareja de toda la vida, la también realizadora Valeria Sarmiento, se encargó de montar la mayoría de sus películas. Desde los años 90 trabajó con algunas de las más grandes estrellas del cine europeo, incluyendo a Catherine Deneuve (Genealogías de un crimen), Marcello Mastroianni (Tres vidas y una sola muerte) o John Malkovich (El tiempo recobrado). Al respecto, una oportunidad para ver 10 de sus películas en forma gratuita se dará otra vez hasta este domingo en el Centro La Moneda (Ccplm.cl).
Intelectual de apetito insaciable, Ruiz se emborrachaba de vez en cuando con los cuentos populares y los estudios científicos. Hasta el final, ya en el hospital, leía dos libros al mismo tiempo: Fiabe italiane, del autor italiano Italo Calvino, y Quantum enigma, del científico Bruce Rosenblum. El primero es una recopilación de relatos populares y el segundo, un volumen de física cuántica. ¿Qué película podría haber salido de ahí?

Las claves de Raúl Ruiz, el cineasta de las mil capas

Los mitos, la cultura y la búsqueda de la "chilenidad", los rasgos que marcaron la obra del prolífico director chileno.

por Jorge Letelier - 19/08/2011 - 13:19
Cuando a fines de la década de los 80 comenzó a circular una copia en 16mm de Las tres coronas del marinero, la reacción fue como haber descubierto a un cineasta desconocido. El barroquismo estético, el gusto por mezclar diversas historias y una mirada tangencial y juguetona al exilio, dejaban la impresión de que las raíces chilenas de Raúl Ruiz se habían perdido en una nebulosa indeterminada.

Porque si algo caracterizó a la obra del cineasta fallecido hoy, fue su difícil aprehensión. En la vereda opuesta a las clasificaciones y reducciones, Ruiz construyó una obra huidiza, desconcertante y de una libertad total que con los años generó fascinación pero que siempre cargó con la paradoja de ser un cineasta muy poco visto en el país.

Nacido en Puerto Montt aunque gustaba de definirse como "chilote", Ruiz llegó a Santiago a estudiar literatura y filosofía, y terminó escribiendo incontables obras de teatro. Entremedio, filmó un cortometraje que quedó inconcluso, La maleta (1963, estrenado en 2008 en el Festival de Cine de Valdivia)), y en esa década terminó trabajando para la televisión. Su gran despegue fue cuando adaptó la obra Tres tristes tigres, de Alejandro Sieveking (1969), cinta que tuvo un modesto impacto de taquilla en el país, pero le dio un nombre en Europa, gracias al Leopardo de Oro que consiguió en el Festival de Locarno.

Sobre esos años, Ruiz decía que hacía un cine "popular", detalle que se consolidó con Palomita Blanca (1973), la cinta más cara en su momento del cine chileno y que causó gran interés durante su realización. Basada en la novela homónima de Enrique Lafourcade, el filme debió suspender su estreno por el Golpe Militar y fue estrenada con singular éxito en 1992. Las visicitudes en torno a su abortado estreno original, la transformaron en un mito del cine chileno, y luego de ello, Ruiz se autoexilió en Honduras, México y Francia.

El cineasta desapareció de la escena chilena pero no por ello se olvidó de Chile. Apenas llegado a París rodó Diálogo de exiliados (1974), su corrosiva mirada a la casta política que debió emigrar del país y que le valió ser considerado persona non grata para el mundo de izquierda. Fue uno de los rasgos que muchos no le perdonaron: su desapego con la política partidista y su libertad, ironía y tendencia al surrealismo para observar la realidad de su país. La película emblema de esta forma de mirar fue Las tres coronas del marinero, realizada en 1983 cuando ya había realizado un grupo de filmes herméticos y de culto, y donde construyó una fantasiosa mirada sobre el exilio a través de un marinero que regresa a Valparaíso y donde se mezclan mitos chilotes y relatos de marineros.

Pese a las críticas por su "afrancesamiento", Ruiz siempre habló en sus películas sobre Chile. O sobre la chilenidad. Suerte de antropólogo lúdico y fantasioso, buscó definir estas claves que retratan nuestra identidad con ironía y gran capacidad de observación, desnudando nuestros sinsentidos y contradicciones a la manera de un chiste de curados. Por que como decía, los borrachos siempre cuentan la verdad.

Desde el momento en que se convirtió en un cineasta "francés", Ruiz inició una frenética productividad que ha tenido pocos parámetros en la historia del cine: entre fines de la década del 70' y toda la década del 80', llegó a realizar hasta tres filmes por año, y en sucesivas entrevistas -para alimentar su propio mito- decía que hacía una mientras descansaba del rodaje de otra, y que en vez de guión, muchas veces usaba servilletas para anotar diálogos.

Ruiz filmaba sin parar, y en Chile su obra permanecía oculta. Cuando Cahiers du Cinema le dedicó un número entero a su trabajo (1983), la incredulidad local fue completa: era el mismo reconocimento que antes habían recibido Serguei Eisenstein, Jean-Luc Godard, Orson Welles y Alfred Hitchcock. Y entre ellos este chileno del que no sabemos casi nada.

Además, el estilo barroco, de rasgos oníricos y surreal del cineasta, fue de difícil digestión. Con su apego por las estructuras del relato y la libertad formal de las vanguardias, puso en escena un notable acervo cultural que lo hacía pasar del Siglo de Oro español a los teóricos matemáticos; de los mitos chilotes a los clásicos de la literatura francesa.

Con los años, el prestigio del cineasta alcanzó su cenit y cuando empezó a venir a Chile con regularidad, la grandeza de su obra comenzó a ser visible. Nunca abandonó el rótulo de "cineasta difícil" que tanta gracia le causaba, pero de a poco comenzó a flirtear con la industria del cine francés: aparecieron Marcello Mastroianni (Tres vidas y una sola muerte), Catherine Deneuve (Genealogías de un crimen), Emmanuelle Beart (El tiempo recobrado) o Isabelle Huppert (Comedia de la inocencia), entre sus actores. Y también llegaron los reconocimientos en festivales clase A: Cannes, Berlín, Venecia, para cerrar con la Concha de Plata al mejor director en San Sebastián por Misterios de Lisboa (2010).

Y pese a que el desconocimiento de su primera obra sigue siendo una gran deuda cultural, Ruiz logró hacer cine en Chile para poner las cosas en su lugar: la bellísima Días de campo (2004), las series Cofralandes (2002) y Litoral (2008), y el filme que quedará como su obra póstuma: La noche de enfrente. Un legado del que quedan aún muchas facetas -y títulos- por descubrir.



No comments:

Post a Comment